ÁNGEL ALCALDE FERNÁNDEZ
Universidad de Zaragoza
INTRODUCCIÓN
Aquella madrugada veraniega de 19 de julio de 1936 muchos zaragozanos se despertaron con sobresalto ante un
alboroto de gritos
y disparos que pudieron
escucharse por las calles
de la capital aragonesa. Hacia las
cinco horas, cuando aún
no despuntaban las primeras luces del
alba, una compañía de
soldados desfiló por Conde
Aranda y el Coso
hasta la plaza
de la Constitución para leer un
bando de su
comandante militar en el
que se declaraba el estado
de gue- rra. Desde
momentos antes ya
se habían producido algunas
escaramuzas y detenciones en la
vía pública; grupos de
guardias y de civiles voluntarios arma- dos habían ido
disolviendo a los ciudadanos hostiles
a un golpe de Estado que, como se
esperaba que ocurriera, se transformó
de rumor en
realidad de mane- ra fulminante
por todo el país. La población de Zaragoza, que por aquella épo- ca rondaba
los 180.000 habitantes, adoptó
diferentes actitudes en
aquella coyuntura que iba a significar el fin de
la II República y la instauración de
una dictadura1.
Una minoría
de civiles, relativamente
minúscula pero bien armada por
los mandos militares sublevados, participó activamente en el
asalto al poder y se involucró jubilosamente en
la tarea de
destruir cualquier resistencia que se encontrara. Se trataba
fundamentalmente de los afiliados de Falange Española, el partido
fascista español, y de
las Juventudes de Acción
Popular (JAP), cató- licos
conservadores fascistizados. Les respaldaban las elites
sociales y económi- cas
zaragozanas cuyos intereses,
amenazados por el
gobierno del Frente Popular, pretendían preservar
definitivamente con aquella
acción de fuerza.
Por otro lado, la
mayoría de los
ciudadanos zaragozanos sintió
miedo e incerti- dumbre ante la
acción golpista que acabó
por triunfar en
la ciudad; y la
san- grienta represión
planificada y puesta en
marcha por la
coalición rebelde no
1 Sobre
el golpe de Estado de
julio de 1936 en Zaragoza, el
relato más completo es el de CIFUENTES, J. y MALUENDA,
P., El asalto a la República. Los orígenes del franquismo en Zaragoza
(1936-39), Zaragoza, Institución
«Fernando el Católico»,
1995.
hizo sino
extender en tiempo y
espacio una ola de
terror que sería
especial- mente cruda durante ese
verano. A la clase obrera
de la capital, tras ser
aplas- tada su resistencia y desarticulada su huelga general reactiva, no le
quedó otra opción que el sometimiento.
Pero hubo
un sector de
la población zaragozana
que mostró su
adhesión al bando insurgente y colaboró con él,
ya fuera donando cantidades de dinero, oro
y víveres, o
alistándose en las milicias
que partían hacia
el frente
o se encargaban de vigilar
el «orden» en las
calles. La investigación que
hemos reali- zado ha
mostrado cómo el
apoyo social a la
sublevación militar en Zaragoza provino de
la aristocracia de la región,
de la burguesía y de una
parte de la cla- se
media del campo
y la ciudad; y
los valores que
sellaron esa alianza de cla- ses
o grupos sociales fueron la
común práctica del catolicismo y la
defensa de la propiedad, desde
los grandes terratenientes y empresarios hasta los
«propie- tarios muy pobres»
y pequeños comerciantes urbanos. En resumen, se trataba de una
coalición contrarrevolucionaria, que
encontraba su mejor forma
de expre- sión en
el fascismo, y era equiparable a la que en
otros países europeos, como
Italia o Alemania, había protagonizado el derribo
de los sistemas democráticos2.
Como es
bien sabido, en España,
y por ende
en Zaragoza, el bando
suble- vado y el
nuevo Estado inaugurado con Franco
contaron con el
incondicional apoyo de la Iglesia
católica, que se echó
en brazos de
los insurgentes. Pero ésta
no fue la única
institución importante que
contribuyó a consolidar la
reac- ción antirrepublicana,
coadyuvando a absorber grupos sociales
de apoyo hacia el nuevo
régimen, y legitimando la posición de
éste tanto en
el orden interno como en
el plano internacional; sino que
también las Universidades
de la zona
«nacional» tuvieron
un papel crucial, siendo un engranaje artífice de
la victoria en la
guerra, colaborando en
distintas tareas, desde el
aporte material y logísti-
co hasta el
adoctrinamiento ideológico y la
represión.
En alguna ocasión se ha
simplificado en exceso al afirmar
que «los intelec- tuales españoles,
en casi su
totalidad […], se
adhirieron a la
causa de la República»3. Si bien es
cierto que la
mayoría de los mejores
y más conocidos artistas, escritores y científicos españoles de
la época adoptaron una postura legalista y expresaron su
antifascismo durante la guerra, para
después continuar oponiéndose a la
dictadura de Franco desde el
exilio, o sufrieron la represión; el bando
sedicioso también contó
entre sus adeptos con
figuras de la
intelli- gentsia, con
intelectuales y científicos; «cerebros»
que prestaron no
sólo un
2 Todo lo relativo a la implicación civil con el bando sublevado durante la guerra civil
en Zaragoza puede verse en
ALCALDE FERNÁNDEZ, Á., Los apoyos
sociales a la sublevación militar en Zaragoza. La Junta Recaudatoria
Civil (1936-1939), Diploma Estudios
Avanzados, Universidad de
Zaragoza, 2008.
3 CAUDET ROCA, F., «Los intelectuales
en la guerra del
36», en Actas del sexto
Congreso Internacional de Hispanistas, coordinado por RUGG, E. y GORDON, A. M., 1988, pp.
174-176.
respaldo técnico, sino también un
apoyo moral a la
reacción antirrepublicana, construyendo la cultura, las
argumentaciones y las bases ideológicas
que eran imprescindibles en la
edificación de un Estado nuevo que
congeniara todos los
ingredientes reunidos en la coalición
de julio de
1936, y que a su vez
fuera un reflejo del
modelo representado por los
aliados fascistas europeos. En
ese sen- tido, las
Universidades de la España
insurgente se transformaron
radicalmente, dejando de ser instituciones para la
custodia, el desarrollo y la
transmisión del saber,
para convertirse en instrumentos de propaganda, de guerra
y de implan- tación por
la fuerza del
nuevo Estado totalitario. Jaume Claret
ha estudiado el caso particular
de la más
antigua universidad española,
la Universidad de Salamanca
que, como institución más relevante de
una ciudad políticamente conservadora que
se convirtió en
una de las
principales capitales
franquistas, realizó una
labor propagandística, de aporte
material, y logístico, y de
difusión de un «discurso
justificativo del golpe de
Estado», despuntando como «coma- drona del
cañamazo jurídico del nuevo
régimen», todo ello
en muy estrecha colaboración con la
Iglesia4.
En la presente comunicación, concebida como apéndice de
una investiga- ción realizada
acerca de los
apoyos sociales a
la sublevación militar
en Zaragoza durante la
guerra civil, se
estudiará el ejemplo de la
Universidad de Zaragoza, examinando su
función como partícipe de la
reacción, y se analizará
la contribución ideológica e intelectual de algunos de
sus miembros; de igual manera se hará
referencia a la adhesión mostrada por
otros intelectuales arago-
neses no directamente vinculados
con la universidad. Después,
insertando todo ello en su determinado contexto histórico, se
plantearán respuestas que ayuden a
comprender las razones y causas
históricas de la inclinación de esos
sectores universitarios hacia
la reacción antidemocrática de corte
fascista.
UNIVERSIDAD E
INTELECTUALES CON EL
GOLPE DE ESTADO
En las primeras horas del
19 de julio de
1936 puse a disposición del General
Jefe de
la Quinta División
todos los elementos universitarios5.
Gonzalo Calamita Álvarez, que
ocupaba el cargo de rector
de la Universidad de Zaragoza desde 1935, describió con esas
palabras la decisión que propor-
4 CLARET, J., «La Universidad de Salamanca,
plataforma de la represión en el
sistema universitario
español», en ROBLEDO, R. (coord.):
Esta salvaje pesadilla. Salamanca
en la guerra civil española, Barcelona, Crítica, 2007,
pp. 215-229, cita
en p. 216.
5 CALAMITA ÁLVAREZ, G., La Universidad de Zaragoza en
la guerra de liberación, Zaragoza, 1939,
p. 15; transcripción de la lección inaugural del curso 1939-1940
de la Universidad de Zaragoza, que
recoge con detalle todas las
actuaciones y servicios
ofrecidos durante la
guerra. Un resumen puede leerse
en CARRERAS ARES, J. J., «Epílogo:
La Universidad de Zaragoza
durante la guerra civil» en
VV.AA.: Historia de la Universidad de Zaragoza, Madrid, Editora
Nacional, 1983, pp.
419-434.
cionaría al ejército rebelde en
Aragón inestimables recursos
de toda índole
a lo largo de tres años de guerra. La vida académica desapareció, con las aulas clau- suradas hasta septiembre de 1939
cuando la institución
regresaría de las
trin- cheras con el
rostro desfigurado.
Muy pronto
se produjo la
depuración del personal,
tarea en la
que el mis- mo Calamita se implicó. La depuración y la represión no
tardaron en extender- se a
todos los niveles de
la enseñanza6. Así, a
propuesta del mismo rectorado de la
Universidad de Zaragoza,
la Junta de
Defensa Nacional decretó
el 19 de agosto de
1936 las nuevas normas que
imperarían en las escuelas de
primaria, cuya enseñanza
debía responder «a las conveniencias nacionales»7.
Si las escuelas se
convirtieron en instrumentos
de adoctrinamiento y control
totalitario, la Universidad de Zaragoza, para dar
cierta apariencia de actividad docente, también inauguró en 1937
una serie de conferencias de
exaltación nacionalcatólica, en la
que los profesores adictos a la causa
rebelde, tales como Andrés Giménez
Soler, Domingo Miral
o Miguel Sancho Izquierdo, expresaron las justificaciones de la Cruzada, las alabanzas a los regímenes totalitarios, y las teorías fascistas
y corporativistas. Por otro
lado, profesores de Derecho, como Manuel Lasala,
colaboraron en la censura de prensa y en la propaganda; pero
especialmente útil fue el servicio de
la facultad de Medicina, cuyo
edificio fue plenamente ocupado
por los militares, y el de
la de Ciencias, cuyos científicos, con Antonio
de Gregorio Rocasolano al frente, ensayaron sus conocimientos en el desarrollo de armas
químicas.
El sector más
reaccionario de la comunidad universitaria desplazó y destru-
yó toda discrepancia ideológica y reafirmó
su autoridad. También en
el alum- nado, los
estudiantes fascistas del SEU zaragozano, que habían mantenido una actitud agitadora y
de conflicto durante el
período republicano, se vieron con el control de los espacios sindicales y
culturales universitarios. Los estudiantes falangistas, jóvenes de procedencia
burguesa, formados en los valores conser- vadores y católicos e
influidos por las modernas teorías nacional-revoluciona- rias, compusieron una
elite que, tras su paso por los combates como alféreces provisionales, se
destacaría como un pilar
del apoyo social del
régimen. En Zaragoza no sólo
provenían de los
centros universitarios, sino
también de escuelas superiores como la
de Comercio, en
donde se había
formado, por ejemplo, uno
de los primeros
«mártires» de la
Cruzada en Aragón,
el joven
6 La represión de la
Universidad ha sido investigada a fondo por
CLARET, J., La Repressió franquis- ta a la Universitat Espanyola,
tesis doctoral inédita, Universitat Pompeu
Fabra, 2005; sobre
la Universidad de Zaragoza,
véanse pp. 291-312. También
puede verse CLARET, J.,
«Cuando las cátedras eran trincheras. La depuración política e
ideológica de la Universidad española durante el primer
franquismo», Hispania Nova, núm.
6, 2006.
7 Boletín Oficial de la Junta de Defensa
Nacional de España, 21 de agosto de
1936.
falangista Vicente Peralta.
Los alumnos de este centro
no tardaron en
donar a las arcas
de la sublevación el dinero
que en cierta
ocasión les había propor- cionado la Generalitat catalana, ya
que, decían, les repugnaba; y a
continua- ción abrieron, como sus
profesores, una suscripción
para apoyar el esfuerzo bélico8.
Estas iniciativas de apoyo proliferaron entre colegios religiosos o institutos como el Goya,
que alojó a los requetés llegados de Navarra.
Benigno Baratech, catedrático de
dicho instituto, también se
involucró personalmente, vendiendo folletos de
apoyo a los sublevados en colaboración con Calamita9. Por su par- te,
los propietarios del centro
escolar Joaquín Costa cedieron
éste como cuartel a las milicias de
Acción Ciudadana, a las que,
por ejemplo, se había
unido con fervor José
Giménez Gacto, director
de la Escuela
de Veterinaria, junto a
buen número de profesionales,
ingenieros, profesores, médicos, etc.10.
Más significativa fue,
por su simbolismo,
la acción que
varios personajes ilustres zaragozanos poseedores de la
Medalla de Oro de la
Ciudad realizaron donando
esta condecoración, respondiendo
así al llamamiento a hacer entregas de oro que el alcalde nombrado tras el golpe de Estado,
Miguel López de Gera, hizo para
beneficio del tesoro de
los sublevados. Tanto el
mismo alcalde, para dar ejemplo, como su
padre, el pedagogo Marcelino López Ornat,
entregaron su propia medalla;
de igual manera hizo el nuevo presidente de la Diputación Provincial,
Miguel Allué Salvador, exalcalde de la Dictadura de Primo de
Rivera, que era, además
de escritor, erudito
catedrático y doctor
en Filosofía y Derecho. Respondieron a ese
llamamiento también otros
reconocidos pedago- gos
de prestigio, como
la anciana María
Díaz Lizarde, y
Guillermo Fatás Montes, que
además envió adjunta una
carta patriótica publicada
en la
prensa y cuyo hijo
tenía un papel destacado en el
SEU. Igualmente cedió su medalla de
oro, que el
Ayuntamiento le había concedido «por su inestimable y copiosa labor literaria e histórica sobre
Aragón», el escritor
Gregorio García Arista;
tam- bién lo hicieron el
autor, abogado y periodista José Valenzuela de la
Rosa; el doctor en
Filosofía y Derecho, e hijo
predilecto de Caspe, José
Pellicer Guiu; el científico de
la Universidad y
rector honorario Paulino
Savirón y Carabantes (cuyo hijo
Paulino Savirón Feliú
era afiliado falangista); el
profesor de la Escuela Normal,
Pedro Gómez Lafuente;
el académico Miguel
Mantecón; el
8 RUIZ CARNICER, M. A., «El Sindicato
Español Universitario (SEU) del distrito
de Zaragoza durante la
Guerra civil (1936-1939)», Revista de Historia Jerónimo Zurita, n.° 53-54,
1986, pp. 79-99.
RUIZ CARNICER, M. A., Los
estudiantes de Zaragoza en la posguerra, Zaragoza, Institución «Fernando
el Católico», 1989. Sobre
el joven mártir
y la escuela de comercio: El Noticiero, 27 y 29 de julio
de 1936.
9 Los requetés en el
instituto Goya en
El Noticiero, 24 de julio de
1936. El dinero transmitido por
Baratech a Calamita, y
este a la Junta
Recaudatoria Civil en Archivo
Municipal de Zaragoza (AMZ),
caja
5944, «Suscripción pública: donativos».
10 El Noticiero, 5 y 12 de julio
de 1936.
periodista y poeta
Alberto Casañal; el catedrático de Derecho
Gil Gil y Gil; y podrían añadirse algunos nombres más11.
Sin embargo, podría considerarse este tipo
de colaboración con las
autorida- des rebeldes
como pasivo. Al menos en
los casos de aquellos intelectuales que, aparte de
cumplir con los
requerimientos prácticamente obligatorios de dinero y oro, prefirieron mantenerse al margen de
los acontecimientos; ello no
impli- caba necesariamente
una adhesión convencida a los
métodos fascistas. El con- texto
empujaba a actuar de
una manera determinada. Aquellos individuos de elevada educación pertenecían a una
clase social privilegiada, muy distanciada de las
clases trabajadoras de la ciudad, e incluso de las
clases medias. Para esos grupos, era una
inclinación casi natural adoptar
una postura política conserva- dora, pero
ésta, a la altura de
1936, en el contexto de una
crisis de dominación, estaba fuertemente entrelazada con
el más radical fascismo. Con la
guerra, en un contexto de cruel
represión y de omnipresente, fanática y
virulenta propa- ganda, si se
pertenecía al imbricado
tejido social burgués de
la ciudad, resulta- ba muy
difícil, incluso poco recomendable o
peligroso, no dar muestras de colaboración con el ejército rebelde que
dominaba Zaragoza. No obstante, la implicación de determinados intelectuales con la
reacción, distaba de poder
ser calificada como
circunstancial. Hubo quien
aprovechó el desplazamiento o defe- nestración de los
simpatizantes republicanos para
afianzar su dominio, y hubo quienes se
volcaron plenamente en
apoyar la destrucción
armada de la
II República, mostrando gran
entusiasmo y aportando toda su
capacidad individual para
construir las bases
ideológicas de la
nueva etapa fascista.
Desde la Universidad de Zaragoza se
canalizaron algunas de
estas aportaciones, y aquí, por
su relevancia, nos referiremos concretamente a dos, las
de dos catedráticos de la
Facultad de Derecho: Miguel Sancho
Izquierdo y Luis del Valle Pascual.
MIGUEL SANCHO
IZQUIERDO O E L
FASCISMO MÁS CATÓLICO
Sancho Izquierdo, nacido en
Calanda en 1890, desde muy
joven se involucró en los
medios católicos conservadores de
la ciudad de Zaragoza, que a
princi- pios de la década de
1900 comenzaron a adaptarse a los nuevos tiempos de aires secularizadores; y pronto llegaría a ser director del
diario católico El Noticiero.
El joven propagandista católico-social consideraba
a los grupos
laicistas como
11 El Noticiero, 18,
20, 21 de
agosto de 1936,
6 de septiembre
de 1936. AMZ,
c. 5872,
«Comprobantes de la suscripción de defensa nacional», lista de
donantes de la medalla de oro y AMZ, c.
5951. La Gran Enciclopedia Aragonesa es la
herramienta más útil para
hallar referencias de todas
estas eminencias de la región
del primer tercio
de siglo XX. Algunos
de ellos prefirieron donar otros
objetos a cambio de
entregar su medalla de oro,
y otros además engrosaron sus ofrendas a
los fondos de
la sublevación con dinero en
metálico, como no tardó
en hacer el
mencionado Valenzuela de
la Rosa, ya en
los primeros días de
julio.
«eternos negadores de la
libertad en nombre de
la misma, propicios al empleo de la violencia frente al que
no piensa como ellos»12. La Universidad de Zaragoza, en la
que se formó
estudiando Derecho y
Filosofía y Letras, le
tituló catedrático hacia 1920,
cargo que compaginó con la
actividad política. Así,
durante la II República se destacó como dirigente de Acción
Popular Agraria Aragonesa, sien- do diputado de
la CEDA. Sancho Izquierdo puede identificarse como un
claro ejemplo de aquella
derecha conservadora que se
fascistizó durante el período de
entreguerras en Europa para hacer
frente a los retos y contradicciones de la modernización, y a la pujanza
política de la clase obrera y el liberalismo demo- cratizador y republicano; y en
efecto, después de Gonzalo
Calamita, fue quizás el profesor de la Universidad de Zaragoza más implicado con el franquismo, asu-
miendo la parafernalia falangista, y
siendo nombrado rector de la Universidad en septiembre de 1941
con apoyo del SEU, una
vez jubilado Calamita.
Su contribución al
entramado ideológico que
apresuradamente tuvo que organizar la
coalición sublevada se
explicitó en sus
conferencias y escritos durante la guerra. Especialmente importante fue la
obra que escribió en
cola- boración con
Leonardo Prieto Castro,
y Antonio Muñoz Casayús: Corporatismo. Los movimientos nacionales
contemporáneos13. Esta obra,
según sus propios autores, fue una
«improvisación» que se redactó
en los primeros meses de
la guerra ante la necesidad de divulgar «la significación política y
social» del movi- miento que
estaba en marcha. La
Facultad de Derecho prestó
sus fondos biblio-
tecarios e instalaciones a los
redactores, que también se
beneficiaron de la cola- boración
de las Ortsgruppen
(células locales) del NSDAP
y de
la Deutsche Angestelltenschaft (sindicato
de empleados del
partido nazi) existentes
en Zaragoza. La obra tenía algunos precedentes españoles, como el
libro escrito por Ramón
Ruiz Alonso (el
diputado de la CEDA implicado en el
asesinato de Federico García
Lorca), ¡Corporativismo!,
publicado en 1937 con prólogo de
Gil Robles: una obra
exaltada, de textos rimbombantes, pero incoherente y confu- sa,
que presentaba a la
doctrina corporativista
como «una reacción contra los excesos del individualismo disgregador», que «arranca
de la idea
de los “debe- res” del ciudadano para con
la colectividad», y que «en su
período forzosamen- te largo de su
implantación y consolidación exige un poder
público fuerte» para
«arrancar de
raíz el principio disolvente de la
lucha de clases»14.
12 SANCHO IZQUIERDO, M., Zaragoza en mis
«memorias». 1899-1929, Zaragoza,
Institución «Fernando el Católico»,
1979, p. 39;
la fundación de El Noticiero relatada en
pp. 39-40.
13 SANCHO
IZQUIERDO, M., PRIETO CASTRO,
L., MUÑOZ CASAYÚS,
A., Corporatismo. Los movimientos nacionales contemporáneos.
Causas y realizaciones, Zaragoza, Imperio,
1937; tuvo varias
reediciones. El concepto «corporatismo» fue preferido por los autores al de «corporativismo» por creerlo
más acertado filológicamente.
14 RUIZ ALONSO, R., ¡Corporativismo!,
Salamanca, Ex libris, 1937. Citas
en pp. 24-28.
Acerca de Ruiz Alonso, un
obrero tipógrafo que
pasó de las
JONS a Acción Popular durante la
República, puede verse GIBSON, I., Granada 1936 y el asesinato de Federico García
Lorca, Barcelona, Crítica, 1980,
pp. 133-152.
Miguel Sancho
Izquierdo y sus colegas imprimieron más racionalidad, pero no mucha originalidad, a su exégesis del corporativismo que pretendía implan- tarse como
sistema social en
la España «nacional». En
la primera parte
de Corporatismo, se perfilaba
un contexto histórico ideológico en el
que se plan- teaba
el surgimiento del liberalismo como una
doctrina destructora del régimen gremial (abolido en España,
ominosamente según los autores, en
1836), y que había
traído el parlamentarismo, considerado una «charlatanería» y un
engaño. Como consecuencia
más perniciosa del liberalismo, habían surgido el socialis- mo y
el sindicalismo revolucionario,
unas teorías «anti-sociales», que sólo
aca- rreaban actos
revolucionarios, violencia,
crímenes y odio a la religión, y
no eran capaces de comprender «la misión de
la mujer en la familia
cristiana». Para argumentar
todo se citaban escritos y
discursos de José Calvo
Sotelo (abogado que se
había formado junto
a Sancho Izquierdo
en la Universidad de Zaragoza), de José
Antonio Primo de Rivera
y de Luis del Valle,
además de res- paldarse en citas
del papa Leon XIII. Por el contrario, se tachaba a Marx como el
autor de una
obra «farragosa en
su exposición y difícil
de entender porque le falta la
luz clara de la experiencia personal y
directa»; y se calificaba a la doc-
trina marxista o socialista como carente de
originalidad y fruto del
mito, por lo que
no tenía sentido, para ellos,
distinguir entre socialismo y comunismo15.
En la segunda parte del volumen, se presentaba el
corporativismo y los movimientos europeos que
lo habían acaudillado. Se definía
el régimen corpo- rativo como
«el régimen de organización social que
tiene por base
la agrupación de hombres,
según la comunidad de sus
intereses naturales y de
sus funciones sociales y por
coronamiento necesario para la
representación pública y distinta
de esos diferen- tes organismos.16»
Se afirmaba que el Estado corporativo superaba
definitivamente la distinción de clases sociales, que quedaban disueltas en los
conceptos de «clases produc- toras» y «no productoras». No
obstante, se aclaraba que el
corporativismo
«dentro de
los productores, establece
una separación entre los
que laboran dan- do
trabajo o dirigiéndolo (empresarios) o
trabajando directamente (obreros), bien sea a las órdenes de un empresario
(obrero en sentido estricto), bien indepen- dientemente, en trabajo
manual, técnico, artístico o
científico.17»
Tras recalcar el importante papel que tenía
la Iglesia y su
doctrina social en todo
esto, se pasaba a
analizar el fascismo italiano. Éste venía a
ser una con- cepción de la
vida espiritualista: «El
fascismo es religioso»; y se
ponía de relie-
15 SANCHO IZQUIERDO, M. et. al.: op. cit.,
pp. 3-4 y ss., p.
24.
16 Ibídem, p. 73.
17 Ibídem, p. 79.
ve su
oposición a la democracia y
al sufragio universal, su anti-individualismo, su anti-pacifismo, y
su «concepción universal
del Estado, con
voluntad de Imperio»18. El
movimiento portugués (salazarismo) y
el movimiento nacionalso-
cialista alemán se planteaban como otros
modelos corporativistas. A continua- ción, se
comentaban extensamente los
ensayos «corporatistas» españoles,
no sin antes esbozar una encomiosa semblanza de Franco,
el artífice de
la vía espa- ñola
hacia esa utopía
social. Tras la
Dictadura de Primo de
Rivera, la CEDA habría
recogido el testigo del
proyecto corporativista, con un programa cristia- no y
de justicia social,
y de exaltación del sentimiento nacional: se declaraba que «la CEDA aspiraba a la
conquista del Poder para
la realización de su
pro- grama, por las
vías legales (como
Hitler después del
“Putsch”)»19. Pero el siguiente paso en
la trayectoria de la
nación española había sido
el falangismo y su nacionalsindicalismo. Para acabar
el libro, por
último, se hacía
un análisis de la organización
corporativa de cada país (Italia,
Alemania, Portugal y Austria)
donde se había alzado
el «nuevo Estado del siglo XX, siglo de “Fascismo” y de
Catolicismo»20.
LUIS DEL
VALLE O E L
ESTATISMO TOTALITARIO
Con una producción intelectual considerable, Luis
del Valle Pascual (Segovia,
1876-Zaragoza, 1950), jurista
político, aparece para
algún estudioso como una figura
muy poco reconocida en la
historia del Derecho
en España21. En efecto, no se conoce demasiado de su trayectoria científica que, después de
haber sido discípulo de Gumersindo de Azcárate,
desarrolló en la Universidad
de Zaragoza como catedrático, un puesto
que ya ocupaba antes de
la etapa primorriverista. Por esas
fechas, había ejercido
como delegado estadístico
del Instituto de Reformas Sociales, cargo en
el cual había
llegado a conocer, a
través de la experiencia zaragozana del agitado trienio posterior a la guerra europea, la organización de los
obreros y su estrategia huelguística.
Fue un
espectador privilegiado de
la radicalización de los
conflictos sociales en la
etapa de entreguerras, cuyas novedades y peligros supo captar.
En 1920, su opinión era
que el Gobierno no debía
cruzarse de brazos ante la cuestión social,
18 Ibídem, pp. 110-121.
19 Ibídem, pp. 172-174.
20 Ibídem, p. 190.
21 SÁNCHEZ
VERA, P., «Antecedentes de
la Sociología en
la Universidad de
Murcia», Anales de Derecho.
Universidad de Murcia, n.° 21, 2003,
pp. 253-282, p.
261. Por otra
parte, en medios actuales de ultraderecha hay quien
ensalza su «gran talla
intelectual» y su obra,
por su compromiso con la poten- ciación del
Estado y la
unidad nacional, y por su
«pálpito de utopismo fascista», llegando a
compararle con una figura
prominente de la historia
de la filosofía
como es Fichte:
TORRES VICENTE, F., «El
organicis- mo de Luis del
Valle», Razón Española,
n.º 112, 2002.
sino que su misión
era la de
«conquistar a la masa
neutral obrera […] y
acallar al partido socialista por medio
de una activa
política social»; pero para
enfren- tarse a los
sindicalistas rebeldes, había que
propulsar una transformación del Estado,
y en caso
extremo «no habría más remedio que
someterlos por la fuer- za,
porque ante todo y
sobre todo hay
que salvar siempre el
interés colectivo, las supremas exigencias del ideal
nacional», si bien pensaba
que la
«represión a todo trapo»
era contraproducente22. Como vemos,
su pensamiento político tenía todos
los ingredientes que harían
germinar la ideología
fascista. Y en efecto,
a finales de la
década de 1920,
con experiencia propia como
delegado del Ministerio de Trabajo
para la organización paritaria
en Zaragoza, dirigía cursos de investigación acerca del Derecho
corporativo español, en torno
al sistema que intentó instalar
la Dictadura de Primo de
Rivera a imagen del fascismo
italiano23.
La recepción de nuevas
teorías más radicales, y la
experiencia propia de la democracia
republicana, hizo madurar el
pensamiento jurídico de Luis del Valle, abocándole hacia el
estatismo. En su obra de
1936 (publicada su primera
ver- sión en enero) con
el título Hacia una nueva fase histórica del Estado,
recogía las tesis del
jurista alemán Carl Schmitt,
militante del NSDAP en cuyas
teorías constitucionalistas
se apoyaron los nazis
en 1933 para
implantar un tipo
de gobierno completamente diferente que ponía
fin al sistema
de partidos políti- cos, y
además de otros autores
germanos, apuntaba el Mein
Kampf de Hitler como una
de sus obras
de referencia, que le
acompañarían desde entonces en todos
sus escritos24.
La perspectiva histórica que se había forjado le hacía pensar que el Estado, construido como un
ente político a
través de diversas fases, se
encontraba en una coyuntura
crítica que debía
superar. Según Luis del Valle,
la etapa consti- tucionalista que había
comenzado en el siglo
XVIII se estaba desmoronando tras la I Guerra Mundial, haciendo del sistema
parlamentario liberal una
simple cari- catura, desacreditada e
infecunda, de lo
que debía llegar
a ser el
auténtico Estado. Éste, en esa
especie de concepción platónica
a la que se
aspiraba, era una «forma
superior de organización
coactiva» que hacía
posible la «solidaridad
humana». La condensación del Poder
que se había
producido en el ejemplar caso alemán
era la deseable
«fase histórica nueva»
o «fase de
la Dictadura», impulsada
también por Italia y Rusia.
La crítica al parlamentarismo se centraba en sus
aspectos formales, en la incapacidad del
sistema electoral
(«absurdamente» nivelador) y el principio clá-
22 DEL
VALLE, L., «El problema obrero
en Aragón», 1920
(texto publicado en
la revista Nuestro
Tiempo, n.º 257).
23 DEL VALLE, L., Organización corporativa
nacional. Memoria de un curso, Zaragoza, 1929.
24 DEL VALLE, L., Hacia una nueva fase
histórica del Estado. Ensayo crítico de la actual democracia histórica y su
superación por una nueva Democracia, Zaragoza, 1936. Se reeditó
ampliadamente en 1937.
sico de
la libertad para defender los intereses supremos. Del Valle
arremetía contra el concepto de
igualdad entre los hombres, y
afirmaba la inutilidad de las
reformas del sufragio, pues la solución definitiva se encontraba en
una «nue- va superior conciencia del Estado». En resumen, clamaba por la
sustitución de la «democracia
de forma» por una
«democracia de fondo», y
del pluralismo por el «unicismo
fundamental del interés supremo del
Estado»25. En 1938, reafirma- do en su admiración por el
sistema nazi (fue el traductor del programa nacio- nalsocialista para su
edición española), acentuaba esa
exaltación del Estado en su
obra Democracia y Jerarquía.
Nuevos ideales políticos:
El Estado es
una «persona», porque es
una organización teleológica
conscien- te de sí misma26.
A este ensayo extenso y nítidamente totalitarista se le
añadía un apéndice con las
leyes de la organización del nuevo
Estado español.
Más tarde,
Luis del Valle publicó la
obra culmen de su
pensamiento: en El Estado
Nacionalista Totalitario Autoritario
(1940) reunía sus
anteriores tesis, con la novedad de
incorporar, de nuevo por
influencia nazi, el tema
del racis- mo a sus disquisiciones. También el discurso de nación
obtenía mayor atención de su
pluma que anteriormente, aunque lo
enlazaba con el estatismo radical que ya
conocemos. De este modo,
la Nación era
«una Comunidad sustancial,
fundamental, básica, de cuya entraña misma surge
necesariamente el Estado, su
Estado propio, con la
misión de lograr
su propia integración histórica»27.
Parece claro
que Luis del Valle
nunca llegó a ver
plasmadas sus ideas en
la realidad del régimen de Franco,
y difícilmente puede concebirse
en la
práctica la implantación
de tal
tipo ideal de
sistema. Si bien sus
obras contaron con todas las facilidades para escribirse
y difundirse en la España franquista, como representativas de un
modelo político deseable, no alcanzaron, aparentemente, gran éxito.
Miguel Sancho Izquierdo fue un
personaje más influyente
ideológi- camente en el ámbito
universitario zaragozano.
LAS RAÍCES SOCIALES DE LA UNIVERSIDAD FASCISTA
¿Qué motivaba a
aquellos intelectuales aragoneses a
adherirse a la reacción violenta en contra
de la II República y a
suscribir las teorías
antidemocráticas del fascismo?
En primer lugar,
como ya se ha sugerido, los miembros de la comunidad universitaria
en los
años treinta todavía
formaban parte de un
privilegiado gru-
25 DEL VALLE, L., op. cit., p. 28.
26 DEL VALLE, L., Democracia y jerarquía.
Nuevos ideales políticos, Zaragoza, Athenaeum, 1938, p. 25.
27 DEL VALLE, L., El Estado Nacionalista
Totalitario Autoritario, Zaragoza, Athenaeum, 1940, p.
245.
po social.
A pesar del surgimiento de la
sociedad de masas, la Universidad no había dejado de
ser una comunidad «pequeña, donde todo
el mundo se
cono- ce, donde estudiar era aún
una actividad casi familiar»;
y las cifras del
alumna- do tampoco experimentaron un incremento sustancial con la
llegada de la II República; así que no
se había producido una verdadera democratización28. No obstante,
el profesorado, especialmente el que
ocupaba los principales cargos,
rectorados y decanatos, y que
sobresalía claramente por
su conservadurismo, veía con
desconfianza y rechazo
cualquier apertura social
de su tradicional mundo universitario.
El elitismo que
desprenden las opiniones
que por aquellos años expresaban los guardianes de la cultura
acabó por ser
uno de los
valores de la sublevación con las armas
en la mano. José Valenzuela de la Rosa,
al pronunciar en 1934 su discurso de
ingreso en la Academia Aragonesa de Nobles
y Bellas Artes de San Luis,
ante sus colegas e
iguales, afirmó con humildad pero sarcasmo que, en aquellos «tiempos de
crisis integral […] cuando
luce más sugestivo que nunca
el principio de igualdad»,
correspondía al «vigente sistema
nivelador» aceptar en la Academia a «un vulgarísimo periodista
[en] representación del proletariado inte- lectual», refiriéndose a sí
mismo29. La etapa
formativa de un
personaje como Sancho
Izquierdo, plasmada en sus propias memorias como una
experiencia de vida sosegada,
en un
ambiente elitista y jerárquico, puede compararse con los similares recuerdos
que José María
Gil Robles describió sobre
su paso por Salamanca en su
juventud30. La posición política e
ideológica adoptada por los
tres hombres durante la crisis
de la II República fue prácticamente idéntica.
Por otra
parte, además de tal
elitismo social burgués, de las
convicciones católicas y
poco democráticas, y de
la participación en el
juego político de
la etapa republicana en partidos del espectro derechista, algunos de estos
desta- cados partidarios
de la sublevación armada ostentaban
importantes intereses económicos como
empresarios. Desde los años
20, en el desarrollo industrial y empresarial de la región
habían participado grupos
vinculados a la Universidad. Cabe
recordar, por ejemplo, que
Gonzalo Calamita presidía el
consejo de admi- nistración de una
gran empresa que era
Talleres Mercier; o que
Gil y Gil, que fue también rector universitario durante la República y
era miembro destacado del Partido
Radical (el cual
abandonaría para abrazar
el fascismo), presidía el consejo de
administración de Maquinaria
y Metalurgia Aragonesa, era vocal
de la Caja de Ahorros,
etc. Por su parte, Luis del
Valle tenía intereses en empresas
28 FERNÁNDEZ CLEMENTE,
E., «La Universidad de Zaragoza
durante la Dictadura de Primo
de Rivera y la
Segunda República», en VV.AA.,
op. cit., pp. 277-418, cita
p. 379.
29 VALENZUELA DE LA ROSA, J., Los tiempos de Bayeu.
Discurso de ingreso en la Academia Aragonesa de Nobles y Bellas Artes de San Luis, de
Zaragoza, Zaragoza, Heraldo
de Aragón, 1934.
30 SANCHO
IZQUIERDO, M., op. cit., GIL
ROBLES, J. M., No fue
posible la paz, Barcelona, Ariel, 1968, pp.
23-25.
azucareras y alcoholeras; Paulino Savirón,
además de químico, era propietario de una
fábrica de cementos; Valenzuela de la
Rosa había sido
presidente del Centro
Mercantil Industrial y
Agrícola, y secretario
de la Cámara
Oficial de Comercio e Industria. La lista podría extenderse desentrañando las conexiones
múltiples de este grupo
social que, además de
estar implicado en los
espacios culturales y universitarios zaragozanos, formaba parte
de la red
de sociabilidad burguesa
zaragozana, en la que la propiedad, los intereses económicos y el catolicismo
eran los valores
fundamentales, y en la
que la Universidad se des- tacaba
como una de
sus células.
En definitiva, ese sector
universitario e intelectual de Zaragoza apoyó de una manera tan clara
a la sublevación porque formaba parte
de la misma
red de intereses que había
planeado y preparado el golpe
de Estado, y
de la misma red
de intereses que se
benefició de él. Se trataba
de una red
que ostentaba el poder económico de la región,
y que
todavía ejercía un
dominio social sobre las
clases subalternas. Por
tanto, podemos argumentar que no
fue el hecho
de poseer cultura o una elevada educación, sino la
defensa de sus propios
intere- ses económicos, y de su propia
concepción de lo social, la razón
de que aque- llos
instrumentalizaran una
institución como la Universidad de Zaragoza, y
de que prestaran sus propias capacidades, para servir
a la reacción antirrepublica-
na armada de 1936.
|
EL APOYO DE LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA A LA SUBLEVACIÓN MILITAR DE 1936
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