ROCÍO NAVARRO COMAS, rncomas@gugu.usal.es, Universidad de Salamanca.
Resumen:El fracaso del golpe de
Estado y el inicio de la guerra civil supuso para los anarquistas la
posibilidad de llevar a cabo la tan esperada revolución social, que comenzaba
por establecer un nuevo orden económico basado en el colectivismo agrario e
industrial. La ideología anarquista, desde los primeros trabajos de sus teóricos,
describía una organización social sin Estado ni propiedad privada, pero no
elaboraba un verdadero análisis económico de cómo se alcanzarían estas metas,
sino que, en la mayoría de los casos, se limitaba a la crítica de la sociedad
capitalista. Aunque de forma inesperada, el vacío de poder que siguió al 18 de
julio proporcionó a los anarquistas los cauces para instaurar su modelo de
sociedad, anunciada durante décadas desde las páginas de sus numerosos folletos
de propaganda y adoctrinamiento político. A través del estudio de estos
folletos, este artículo analiza las transformaciones que la teoría económica
anarquista sufrió para llevar a la práctica la colectivización de la tierra, en
el contexto de las nuevas condiciones creadas por la guerra.
Palabras claves:Anarquismo,
Guerra civil, Colectivizaciones agrarias, Folletos, Propaganda.
Abstract: The Spanish anarchists saw in the
failure of the uprising and the beginning of the civil war the possibility to
start their long awaited social revolution, which meant, as a first step, the
establishment of a new economic order, based upon the collectivisation of land
and industries. The anarchist ideology, from the works of its first
theoreticians, described a social organisation without State and private property,
but it did not present a true economic analysis about the way to reach these
goals; instead, in most cases it was limited to a criticism of the capitalist
society. Although unexpected, the gap of power that followed July 18th provided
the Spanish anarchists with the means to set up their ideal society, that had
been announced for decades in their leaflets, an important instrument of
propaganda and political indoctrination. Focussing on these leaflets, this
article analyses how the anarchist economic theory had to develop to put into
practice the rural collectivisation within the context of the circumstances
brought by the war.
Key Words: Anarchism, Civil War, Rural
Collectives, Leaflets, Propaganda.
El
gran movimiento colectivista ocurrido en España durante la guerra civil ha sido
objeto de debate por parte de testigos, protagonistas e historiografía. Aunque
en él participó activamente la UGT, formando colectividades en solitario (sobre
todo en Castilla, Andalucía y Valencia) o junto con la CNT, fueron los
anarquistas los que lo reivindicaron con mayor ímpetu y los que se han arrogado
su realización. Es cierto, no obstante, que los libertarios han tratado
profusamente el problema de la tierra, no sólo en la publicística del periodo
de la guerra civil, sino desde los escritos de sus primeros teóricos. Lo que la
guerra civil supuso entonces para los anarquistas fue la posibilidad de llevar
a cabo la revolución. En este sentido, la colectivización estuvo siempre
desligada del conflicto; como señala Julián Casanova, “se intentaba construir
un nuevo orden social y económico sin crear las bases para su
consolidación”[1]. Y, sin embargo, la situación de guerra gravitó sobre las
colectividades agrarias, que se veían obligadas a abastecer a las poblaciones
urbanas y al frente, no teniendo entonces la posibilidad de consolidarse como
una alternativa social y económica. Pese a esto, fue precisamente el vacío de
poder que provocó el fracaso de la sublevación militar el que propició el
inicio del movimiento colectivista. El resultado fue que la colectivización
agraria afectó, aunque en proporción desigual, a casi la totalidad de la España
leal, sin importar las fuerzas políticas dominantes o la estructura
socioeconómica de cada región.
El presente trabajo pretende analizar la
doctrina económica anarquista tomando como punto de partida los trabajos de los
primeros ideólogos del movimiento, para comprobar después cómo dicha doctrina
tuvo que adaptarse y dar cabida al desarrollo del colectivismo rural durante la
guerra civil. Intentaré mostrar cómo los anarquistas se enfrentaron a la
sublevación militar y comenzaron su revolución organizando las colectividades
agrarias después de un periodo de relativa desorganización de la CNT durante la
República. Y trataré de hacerlo a través del estudio de los folletos que se
conservan en el Archivo Histórico Nacional, Sección Guerra Civil, ya que el
folleto fue un importante instrumento de propaganda ampliamente utilizado por
los anarquistas, debido a que, por su proceso técnico de impresión, resultaba
barato y conseguía gran difusión.
La historiografía no ha tratado en
profundidad este medio de propagación de la cultura y las ideas libertarias y,
sin embargo, el movimiento anarquista siempre concedió gran importancia a la
propaganda. Por sus características de brevedad y su variada temática, los
folletos ofrecían también facilidades para su lectura y circulación. En este
sentido, como ya mencionaba Díaz del Moral, estos folletos, así como la prensa
anarquista, pasaban de unos a otros y a menudo se leían en grupos, donde un
obrero o campesino los leía a los que eran analfabetos[2].
Existen muchos tipos de folletos
publicados por las diferentes organizaciones anarquistas, federaciones y
editoriales: desde los estatutos de las colectividades hasta conferencias
ofrecidas por la radio o en mítines políticos, desde escritos de teoría
anarquista hasta arengas dirigidas a convencer a los campesinos para que se
unieran al movimiento colectivista,[3] e incluso instrucciones de cómo utilizar
un fertilizante o llevar a cabo un determinado cultivo[4]. Asimismo, los viajes
de propaganda a las colectividades se recogían en un libro o folleto o también
en la prensa[5] y narraban la vida en las colectividades. Escritos con un lenguaje
vivo, utilizando anécdotas y animando a los campesinos a seguir adelante, estos
folletos son un claro y convincente ejemplo de propaganda[6].
La teoría económica anarquista
Pese a las expectativas que los
anarquistas tenían en la revolución y el nuevo orden social que surgiría de
ella, la ideología libertaria nunca ha sido considerada seriamente por los
estudios sobre las diferentes doctrinas económicas. Probablemente esto sea
debido a que los anarquistas no habían desarrollado una teoría económica para
cuando llegara el momento de la revolución. Las aportaciones de los ideólogos
anarquistas a la teoría económica están dirigidas a subrayar los aspectos
negativos de la sociedad capitalista y a describir la futura organización
social, donde el Estado y la propiedad privada serán abolidas. No existe un
análisis económico de estas teorías; por el contrario, la crítica al
capitalismo está basada en consideraciones morales y en el rechazo a
situaciones que se consideran injustas.
Proudhon, con su visión mutualista de las
cooperativas y su federalismo, profundamente influidos por su oficio de
artesano en una ciudad pequeña, fue decisivo en el anarquismo español ya que
sus trabajos fueron divulgados por Pi i Margall y el republicanismo
federalista[7]. El movimiento cooperativista anarquista es proudhoniano porque
opta por una organización basada en federaciones locales y regionales que
dejaría muy poco espacio al centralismo[8]. Sin embargo, Proudhon apenas puede
ser considerado un anarquista porque, aunque a veces parece apoyar la abolición
del Estado, sus métodos y sus ideas sobre relaciones contractuales de ningún
modo son revolucionarios.
Por su parte, Bakunin, que con su
magnética personalidad atrajo a los campesinos y a los estudiantes e
intelectuales descontentos del sur y este de Europa al movimiento
anarquista,[9] no hace ninguna contribución significativa a la teoría
económica. Su pensamiento está basado principalmente en la idea de libertad
ilimitada y su importancia radica en la aceptación del apoliticismo por parte
de las organizaciones obreras, incluso contra el republicanismo radical. Frente
a él, Kropotkin sí profundizó en los aspectos económicos de su anarco-comunismo.
Sugería un análisis de las necesidades de la población, una racionalización de
la producción y una mejor explotación del campo y la industria que, junto con
el uso de la tecnología, incrementaría la productividad. En este sentido, era
optimista con respecto a la capacidad del hombre para alcanzar el nivel
necesario en la producción, ya que no existirían excedentes si estuvieran
satisfechas todas las necesidades de la población. Con la interacción entre el
campo y la ciudad, la industria se extendería perdiendo su posición de
predominio y, como resultado, la vida se organizaría en comunas, la base de la
nueva sociedad[10].
Otros autores contribuyeron a la teoría de
Kropotkin: el geógrafo Eliseo Reclús[11] también defendía el anarco-comunismo y
Malatesta[12] creía que era el sistema social más perfecto aunque, a diferencia
de Kropotkin, veía la necesidad de una distribución equivalente entre las
diferentes comunas, ya que no todas las áreas son igualmente productivas.
La teoría económica anarquista no iba más
allá. No había un plan específico para enfrentarse a la diversidad de la
realidad económica. El optimismo y la esperanza de un mundo mejor, junto con la
eliminación de la autoridad y la propiedad privada eran la base del pensamiento
libertario. Sin embargo, esta visión tan simplista era contraproducente para la
expansión del anarquismo, ya que fomentaba la idea de que, una vez hecha la
revolución, reinaría la abundancia y los problemas se resolverían sin
complicaciones. Contra el principio proudhoniano de que cada uno recibiría
según su trabajo, Kropotkin y sus seguidores sostenían la máxima “de cada uno
de acuerdo con sus capacidades, a cada uno de acuerdo con sus necesidades” que
pronto se transformaría en “de cada uno y a cada uno según su voluntad”, ya que
“en la sociedad futura la producción será tan abundante que ninguna necesidad
habrá de limitar el consumo, ni de requerir a los hombres más trabajo que el
que ellos buenamente presten”[13].
Las ideas de estos autores se recogían en
los folletos que se distribuían entre los trabajadores y campesinos, y sus
reediciones llegan hasta 1937. Algunas veces escribían una especie de historia
corta que constaba de un diálogo entre dos personas en el que una de ellas
(normalmente un viejo campesino) se mostraba escéptico acerca del anarquismo y
la otra persona (un hombre joven) contestaba a sus preguntas abogando por el
derrocamiento de los explotadores y presentando la futura sociedad en la que
todos los hombres serían iguales. Estas conversaciones abarcan todas las
materias, desde la religión al sistema monetario, el papel de las artes y los
artistas, cómo repartir el trabajo y qué hacer con aquellos más desagradables o
peligrosos, e incluso cómo tratar a los criminales.[14] Hay muchos folletos de
este tipo: Errico Malatesta escribió uno muy significativo que fue reeditado
numerosas veces hasta 1936,[15] y Eliseo Reclús presenta a un trabajador
ofreciendo a un campesino la solidaridad de la ciudad, reflejando el antiguo
antagonismo entre ambas clases. En su folleto los campesinos y los obreros
deberían unirse en comunas contra los explotadores y especuladores: “Asociaos,
pues, de comuna a comuna; que la más débil disponga de la fuerza de todas.
Además, debéis hacer un llamamiento a todos los desheredados de las ciudades, a
los que tal vez se os ha enseñado a odiar, pero que es preciso amar por ser
ellos los que mejor sabrán ayudaros a guardar la tierra y reconquistar lo que
se os ha quitado. Con ellos os podréis lanzar al ataque contra el enemigo que
os amenaza, podréis derribar los cercados, y con ellos podréis formar la gran
comuna de hombres libres, donde se trabajará en concierto para vivificar y
embellecer a nuestra madre tierra, y ella nos recompensará haciéndonos felices
a todos”.[16]
Estos diálogos entre dos polos opuestos,
el campesino tradicional y conformista y el joven revolucionario, fueron tan
utilizados por los escritores de folletos porque presentaban una forma
accesible de propagar su ideología, fácil de leer y entender y que seleccionaba
y respondía cuidadosamente las preguntas que podían plantearse los campesinos.
Más importante aún: el mensaje va inserto en un ambiente familiar y da la
impresión de ser una agradable historia en lugar de un impersonal manifiesto de
propaganda.[17]
Esta visión idílica y optimista de la
sociedad futura que sostenían los primeros teóricos anarquistas decaerá en las
próximas generaciones de militantes y autores. Sin embargo, aún existirá
imprecisión sobre las medidas económicas a adoptar en la sociedad libertaria.
El enfoque de sus escritos será todavía la crítica a las pobres condiciones de
los trabajadores y campesinos y a la perversión del capitalismo, desde el punto
de vista de sus principios éticos, sin referencias económicas. No será hasta
los años 30, con el establecimiento de la República que hizo renacer las
esperanzas en la sociedad anarquista alternativa, cuando esas referencias
comiencen a surgir.
La preocupación anarquista por
los campesinos.
Es importante señalar que siempre existió
entre los autores anarquistas una honda preocupación sobre la situación
agraria, preocupación que aumentó en los años de la República y la guerra
civil. En los folletos y la prensa anarquista el campo y los campesinos son un
elemento dominante, más importante que la industria y los trabajadores.
Mientras la industria sirve a los intereses burgueses y emplea materiales y
fuerza de trabajo en productos inútiles, la labor de los campesinos es siempre
necesaria. Más aún, en consonancia con la influencia del socialismo utópico,
para los anarquistas la vida rural se encuentra también alejada de los vicios e
inmoralidades que supone la ciudad.
En este sentido, Felipe Alaiz, anarquista
individualista y radical, escribe en 1937 un folleto en el que opone campo y
ciudad. En su opinión, la ciudad ensombrece los logros de la vida rural. El
actual tratamiento despectivo dado a los campesinos es resultado de la
ignorancia y las pobres condiciones de vida en las que viven, sin acceso a las
comodidades modernas. En las presentes circunstancias de guerra, los campesinos
han organizado las colectividades y suplen las deficiencias del Estado luchando
y abasteciendo el frente. Mientras tanto, la ciudad continúa bajo los dictados
del “mito monetario” incrementando los precios de los productos elaborados en
las colectividades rurales y satisfaciendo de este modo el sistema burgués. El
remedio a esta situación y a la explotación de los campesinos y pueblos por los
partidos políticos vendrá con la libertad total de las colectividades, que
resolverán sus problemas por ellas mismas, sin tomar lecciones de la
ciudad.[18]
De esta forma los anarquistas se
diferenciaban de los marxistas en el papel que los campesinos tendrían que
jugar, no sólo durante la revolución sino en la nueva sociedad que surgiría de
ella. Mientras el marxismo recurría al desarrollo industrial como una forma de
conseguir el poder para el proletariado, los anarquistas vieron en los
campesinos y sus comunas el motor de la revolución.
Sin
embargo, la preocupación anarquista por la vida rural no se correspondía con la
organización de la CNT en el campo. El que desde 1919 hasta junio de 1937 (a
pesar de las quejas de los militantes) no existiera una Federación Nacional de
Campesinos es un ejemplo de la desorganización del anarcosindicalismo en la
comunidad agraria.[19] Para agravar esta situación, la otra fuerza sindical, la
socialista UGT (y también el PSOE) había trabajado con la dictadura en los
Comités Paritarios y había organizado la Federación Española de Trabajadores de
la Tierra (FETT –FNTT antes de 1934–), adquiriendo gran importancia y
desafiando al sindicalismo anarquista[20]
De todo esto se deduce que la idílica
visión de la vida rural y la creencia en el potencial revolucionario de los
campesinos provenía de los dirigentes urbanos. De hecho, durante los años
anteriores a la sublevación militar, las reivindicaciones campesinas en los
congresos de la CNT se referían sobre todo a cuestiones concretas: reducción de
la jornada laboral, incrementos salariales, supresión de los intermediarios… En
Andalucía, por ejemplo, la CNT mantenía una cierta fuerza entre el proletariado
agrario mientras utilizara la huelga como arma para conseguir las demandas
puntuales del sector, pero si lo hacía siguiendo los dictados revolucionarios
de sus dirigentes, perdía gran parte de su militancia en favor de la FNTT[21].
Sin embargo, es cierto que durante los
años de la República hubo intentos de iniciar la revolución que consiguieron
establecer por unos días un sistema de comunismo libertario[22]; pero fueron
sólo acciones aisladas que no provocaron una respuesta organizada. Más aún,
estos conflictos se originaron a partir de reivindicaciones laborales que no
fueron atendidas y que se convirtieron en movimientos revolucionarios por la
represión empleada por la República, incapaz de desprenderse de los métodos
coercitivos heredados de los anteriores regímenes.
La Reforma Agraria
El cambio político de 1931 trajo consigo
expectativas en cuanto a la mejora de la situación de los trabajadores y
campesinos, así como nuevos canales de acción, organización y protesta colectiva.
Sin embargo, la creciente presencia del socialismo y sindicalismo, así como la
amenaza del anarquismo provocó la hostilidad de los terratenientes,
especialmente en las zonas de latifundios y jornaleros. La fragilidad del nuevo
régimen[23] se agravaba con la actitud de los propietarios, que respondían con
la frase de “¡Comed República!” a las demandas de trabajo[24]. El paro crecía y
los obreros tenían que abandonar el sindicato si querían encontrar trabajo. Las
esperanzas de un cambio radical en la situación del campo (con problemas de
desempleo, jornaleros sin tierras, baja productividad,rabassaires, tecnología
atrasada,…) pronto desaparecieron y las expectativas frustradas fueron la
causa, bajo la desesperación de los campesinos y el liderazgo de unos cuantos
activistas anarquistas, de los “ensayos” de la revolución social.
Una de estas expectativas frustradas fue
la prometida Reforma Agraria.[25] La profunda reforma social que la República
estaba decidida a llevar a cabo empezó en octubre de 1931 con una serie de
decretos que dieron un poder considerable a los sindicatos, con el resultado de
un incremento en la militancia de UGT. En agosto de 1932 se promulgó la Ley de
Reforma Agraria y llegó con energías renovadas: expropiaciones y el reparto de
tierras a los yunteros extremeños. Sin embargo, las cuestiones agrarias se
paralizaron en 1933, parálisis que se convirtió en marcha atrás cuando la
coalición de derechas ganó las elecciones en el otoño y los empleadores y
propietarios iniciaron una ofensiva que finalmente expulsó a los yunteros de
las tierras que habían conseguido dos años antes. La victoria del Frente
Popular después de dos años de gobierno de la CEDA llegó con una radicalización
del PSOE y de la FETT. A partir de entonces, en tan sólo cinco meses, de marzo
a julio, fue expropiada siete veces más tierra que en los cinco años
anteriores.[26]
Sin embargo, la Reforma Agraria nunca fue
considerada como una solución por los anarquistas, que insistían en que era
necesario dar la tierra a los campesinos lo antes posible ya que el problema
agrario no tenía solución dentro del régimen capitalista. La división de los
latifundios en pequeñas propiedades no cambiaba la situación, porque no sólo
creaba una pequeña burguesía de propietarios conservadores y egoístas[27]; sino
que era además antieconómica:“La industrialización de la agricultura no puede
llevarla a cabo el pequeño labriego, carente siempre de recursos, y tampoco
sería económico realizar estas labores en pequeñas parcelas. Esta transformación
de la agricultura tan sólo puede hacerse en un régimen de propiedad común o
colectiva, en el que el rendimiento se hiciera en miras al bienestar del pueblo
en general. (…), creemos un error se intente ir a la creación de unos cuantos
miles de nuevos propietarios, repartiéndoles tierras, las más de ellas yermas e
improductivas, y que restando brazos al cuidado de las que actualmente están en
producción, decrecerá por ello el rendimiento de las mismas (…). (E)n España lo
económico no es precisamente poner nuevas tierras en cultivo, sino cultivar
mejor las que hoy están en explotación, que adolecen casi todas de un cultivo
primitivo, cuando es aconsejable emplear los métodos científicos modernos, el
empleo de tractores y uso de abonos químicos. Si se hiciera así, juntando
diferentes propiedades en vez de crear otras nuevas, y haciendo de cada
explotación agraria como un pequeño mundo industrializado (…) se prepararía a
los campesinos para la constitución de una nueva sociedad socialista, que es a
lo que debe tender nuestra organización”[28]
Pese a todo, la guerra civil comenzó y la
Reforma Agraria fue sustituida, en las zonas controladas por la República, por
una revolución agraria, representada por las colectividades.
Las colectividades agrarias
anarquistas
En primer lugar hay que señalar que es muy
difícil calcular el tamaño exacto del movimiento colectivista, ya que no hay
fuentes fidedignas que revelen el número exacto de colectividades en la España
republicana[29]. Hay que tener en cuenta también que muchas de las
colectividades eran mixtas (de la CNT y UGT principalmente), sin que se sepa
cuál era la fuerza política dominante, e incluso es más que probable que en una
colectividad de determinado signo político sus miembros no fueran todos
militantes de la organización que se atribuía la creación de la colectividad.
Pese a algunas disputas de los dirigentes de una y otra organización, que
competían sobre el buen funcionamiento de sus respectivas colectividades, la
realidad era que “las diferencias entre los militantes de base de la UGT y de
la CNT no debían ser tan acusadas a la hora de apoyar la colectivización de la
tierra”[30], de hecho, en los lugares en los que predominaba la UGT no se
impidió que participaran los anarquistas, e igual sucedió en el caso contrario.
Todo esto hace aún más difícil saber con exactitud, no sólo cuantas
colectividades había, sino cuántas de ellas eran anarquistas, ya que los
límites entre unas y otras resultaban difusos y su funcionamiento parecido.
En los folletos anarquistas que recogen
las actas de los congresos de las Federaciones Regionales sólo aparece el
número de colectividades que enviaban representantes, sin que se sepa si eran
todas las de la región. La prensa inflaba los datos y los autores anarquistas
tienden, sin duda, a exagerar[31]. Por parte de la República, las cifras
proporcionadas por el Instituto de Reforma Agraria (IRA), se limitan a las
áreas de la Reforma Agraria[32] y sólo mencionan las colectividades
legalizadas. Además hay que tener en cuenta la hostilidad del IRA y del
Ministerio de Agricultura hacia las colectividades, que minaban su control
sobre el campo y las cuestiones agrarias. Por lo tanto, atendiendo a una u otra
fuente, el número de colectividades varía considerablemente y en muchos casos
no son más que simples estimaciones. Sin embargo, Bernecker da un número
aproximado de 1500 colectividades para toda España en el invierno de
1936-1937[33].
Otro punto importante en el estudio de las
colectividades es su resultado económico. Se trata también de una cuestión
difícil de estimar, ya que no hay evidencias documentales que puedan hablar de
su desarrollo económico. En primer lugar, el hecho de que sean colectividades
rurales hace la investigación más difícil que si fueran de industria, ya que la
productividad agraria depende de muchos factores (como las condiciones
atmosféricas) que pueden tener una influencia importante en la cosecha de todo
un año[34], lo que sumado al hecho de que las colectividades funcionaron sólo durante
un corto periodo de tiempo, y de forma irregular según las zonas de la
República (dependiendo de que cayeran en manos de los sublevados o de las
dificultades que les impusiera el propio Ministerio de Agricultura[35]), hace
imposible cualquier estadística fiable.
En segundo lugar, la situación de guerra
es suficiente para determinar negativamente la producción; en los folletos hay
muchos ejemplos de las dificultades provocadas por la guerra: por ejemplo, una
organización mixta de la CNT y la UGT creada para luchar contra las plagas de
la agricultura (la realización de campañas, decisiones sobre tratamientos,
etc.), se queja en su primer informe de las dificultades de obtener el material
del Ministerio por las inconvenientes ocasionados por la guerra[36]. En este
sentido, las actas de los congresos hacen continuas referencias a la tardía
llegada a las colectividades de los fertilizantes, semillas, productos
químicos, etc. que causaban retrasos en los cultivos,[37] así como problemas en
la distribución de los productos[38]. Otro resultado de la guerra fue la falta
de los hombres que estaban luchando, y que se hacía sentir especialmente en las
zonas cercanas al frente[39]. Esta carencia de mano de obra se resaltaba en los
folletos de descripciones de colectividades que se editaban como propaganda, en
los que los colectivistas hablan con orgullo de sus voluntarios[40].
En tercer lugar, el carácter de las
colectividades, económicamente independientes unas de otras y basadas en los
principios del federalismo, añadida a la situación de aislamiento causada por
la guerra, obstaculiza la posibilidad de tener un balance general de la
productividad de todas las colectividades, e incluso de aquellas que
pertenecían a una sola región.[41]. Las actas a menudo muestran los problemas
con los que los colectivistas tenían que enfrentarse cada día, pero muy pocas
veces dan datos de su producción[42]. Son otra vez los folletos que tratan de
los viajes de propaganda los que incluyen descripciones detalladas de las posesiones
de las colectividades cuando comenzaron a trabajar y las comparan con la
situación actual, señalando los incrementos y disminuciones de la producción,
los bienes enviados al frente o a otras colectividades, etc.; pero, de
cualquier modo, éstas son simplemente referencias locales que no pueden dar una
visión completa de la situación económica de las colectividades en su conjunto.
Finalmente, hay que destacar que sí
existía un interés en recoger el desarrollo económico de las colectividades. Para
alcanzar este objetivo los anarquistas editaron formularios que debían ser
cumplimentados por los campesinos y los órganos administrativos de las
colectividades. Por ejemplo, la Federación Regional de Campesinos de Levante
publicó un folleto con las normas para aplicar un sistema de contabilidad que
incluía una serie de formularios muy detallados (hasta veinte formularios
distintos) a rellenar por los campesinos y que deberían registrar cada
movimiento en la producción, gastos, salarios e incluso los justificantes que
el doctor debería firmar en caso de falta al trabajo por enfermedad del
campesino[43]. Sin embargo, en una población campesina con un alto índice de
analfabetismo, estos formularios raramente se completaban e incluso, de haberse
hecho, sería imposible localizarlos excepto quizá en alguna localidad
específica. Por otra parte, algunas veces también se señalaba la carencia de
conocimientos que los campesinos tenían en cuestiones de contabilidad,
dirección y administración, para lo que algunas federaciones habían creado
escuelas agrarias[44].
Sin embargo, a pesar del interés de
algunos anarquistas en realizar informes sobre la vida de las colectividades,
no puede olvidarse que, al fin y al cabo, la finalidad del sistema colectivista
no era exclusivamente económica. Así lo hace notar el historiador anarquista
Félix García cuando dice que para los anarquistas las estadísticas no tenían
mucho sentido frente a las compensaciones sociales: Limitarse a enumerar
estadísticas, establecer balances de crecimiento económico en base al número de
toneladas producidas, (…) es entrar en una lógica específica que trata de medir
las cosas exclusivamente por su eficacia productiva, y aplicarla a un sistema
en el cual la finalidad principal es sustituir la concepción de vida por otra
en la que la eficacia productiva no es el único factor, incluso cuando no hay
una negación de él. (…) Lo que era realmente nuevo, lo que era realmente
revolucionario era el nuevo sistema de vida que se asentó en un gran número de pueblos
españoles, donde las cosas no eran valoradas como en la sociedad burguesa sino
con valores comunistas. (…) Frente a hombres que han decidido poner todo en
común; reconstruir un sentido de vida en comunidad y solidaridad humana; dejar
de practicar la competitividad y la explotación de los hombres por los hombres;
(…) hacer las cosas por ellos mismos, sin líderes ni mandamases, en una
sociedad de iguales; (…) es algo embarazoso preguntarles cuanto trigo
producían”[45].
El origen de las colectividades
La crisis de poder político producida por
la sublevación militar provocó la creación de comités locales antifascistas en
los lugares en los que la insurrección no triunfó. Estos comités tenían la
misión de evitar conflictos en las ciudades y comenzar la confiscación de las
tierras y propiedades de los que apoyaban la rebelión. Se componían de una
coalición de las fuerzas políticas dominantes del pueblo, así que su
orientación fue determinante para el sistema que se establecería
posteriormente. El PCE era débil en 1936 y los otros partidos republicanos,
aunque con una fuerza considerable en las elecciones, carecían de la necesaria
organización en el ámbito local para enfrentarse a una sublevación cuyo
objetivo primordial era desposeerles de sus cargos administrativos y políticos.
Esto hizo que, en muchos lugares, la CNT (y en algunas zonas de Andalucía
también la radicalizada FETT) fuera la única organización capaz de asumir el
vacío de poder. Y una vez los anarquistas tuvieron el control de los comités antifascistas,
llegó el momento de iniciar la Revolución social.
Las colectividades se crearon entonces por
medios distintos, de los que tenemos noticias en los folletos y en la prensa,
pero Higinio Noja Ruiz, autor de numerosos folletos, explica los procesos
principales[46]. En algunos pueblos, la municipalidad aprobaba la confiscación
hecha por el comité y la dividía entre los campesinos pobres que ponían todo en
común y creaban la colectividad libre y voluntariamente, dictando sus propias
normas. Aunque H. Noja Ruiz da un ejemplo de una colectividad que fue creada de
esta forma, probablemente no era un medio muy frecuente, considerando las
reticencias que los campesinos tenían hacia las colectividades, como se verá
más tarde.
En otros pueblos era el sindicato el que
organizaba la colectividad. Esto ocurría cuando el pueblo había caído
inicialmente en manos de los insurgentes y la milicia (generalmente una
división comandada por un líder anarquista) lo recobraba para la República. La
administración o gobierno impuesto por los sublevados era suprimido y la
milicia creaba la colectividad a través del sindicato. Casanova sostiene[47]
que ese era el procedimiento habitual en Aragón, controlado por los anarquistas
de Barcelona. Por lo tanto, esta vez la colectividad no era voluntaria y aunque
algunos anarquistas no aprobaban el uso de la violencia, se permitía en estos
casos: (La minoría anarquista) creyendo llegada la hora de las grandes
realizaciones, no se resigna a que la mayoría no comprenda la bondad de sus
intenciones y, consciente de que se orienta hacia el bien común, no vacila en
imponerse a todos. Sin contemplaciones retiene en sus manos la tierra
incautada, los aperos de labranza, las cuentas corrientes, las cosechas. No se
emplea ningún procedimiento conforme a las normas del derecho, ni se respetan
las reglas que son propias de toda democracia. No hay libertad de elección o
hay solo una libertad aparente. Se ha de aceptar la colectivización a todo
trance y quien no la acepte debe ser tratado como enemigo”[48].
Finalmente, una tercera forma de llevar a
cabo la colectivización era aquella que llegaba pacíficamente, la más esperada
por los anarquistas. Un grupo de campesinos crearía voluntariamente su
colectividad y, lentamente, el resto de los trabajadores del campo se
convencería de sus beneficios y se sumaría a ellos. Este es un elemento que
aparece a lo largo de toda la propaganda anarquista, desde Malatesta a Federico
Urales y los colectivistas: el espíritu de la colectividad, la solidaridad
entre sus miembros, la sensación de trabajar en una causa común por el interés
de todos, el sentimiento de igualdad (incluso la felicidad en las caras de la
gente, en aquellos folletos más propagandísticos[49]) sería suficiente para que
el sistema colectivista se expandiera. La mejor propaganda sería entonces el
buen funcionamiento de las propias colectividades.
Incluso cuando en muchos lugares las
colectividades se impusieron, por lo general existía un espíritu de tolerancia
entre los colectivistas. Por supuesto, de acuerdo con los principios
libertarios de libertad total, la colectividad y el sindicato no podían
intervenir en las creencias religiosas o ideas políticas de sus miembros. Por
ejemplo, en algunos estatutos de colectividades se dice expresamente que los
comentarios y conversaciones políticas o religiosas están prohibidas dentro del
local social de la colectividad[50]. Por otra parte, en los lugares en los que
los colectivistas convivían con campesinos “individualistas” que cultivaban su
propiedad, existían buenas relaciones entre ellos. Agustín Souchy, delegado de
la AIT, en su trabajo sobre las colectividades que visitó en Aragón, escribe:
Hay dos cafés en el pueblo. Uno, de los individualistas; otro, de los
colectivistas. Puede permitirse el lujo de servir café cada noche. Llegan los
campesinos a las salas bien iluminadas, ornadas de carteles de la CNT y FAI y
hacen su consumición. Hay periódicos, algunos juegan al dominó, otros al
ajedrez”[51].
En este punto del análisis surge la
cuestión de la espontaneidad del movimiento colectivista. Parece obvio que, en
la mayoría de los casos, no provino de la acción del campesinado en su conjunto
(lo que no quiere decir que no hubiera colectivistas convencidos entre los
campesinos, aunque no fueran dirigentes, o que muchos otros se unieran a las
colectividades libremente persuadidos por el nuevo sistema), ya que no había
una conciencia revolucionaria general con el sueño de la revolución social. En
el desarrollo de las colectividades los protagonistas fueron los líderes
locales de la CNT o los milicianos, en ambos casos militantes anarquistas que
podían ser campesinos[52], pero que a menudo provenían de las ciudades.
Por lo tanto, la colectivización no fue
una reacción espontánea del campesinado pero ¿fue espontánea entre aquellos que
la comenzaron o obedecía a un plan previsto anteriormente? El Comité Nacional
de la CNT sostenía que las colectividades no fueron un resultado de las
condiciones de guerra, sino que eran el producto “de un proceso de maduración
revolucionario que encuentra en el 19 de julio las condiciones objetivas
necesarias para eliminar los obstáculos que se oponen a su desarrollo. Enero,
diciembre y octubre son etapas de la insurrección de los trabajadores que quieren
terminar con la dominación nefasta del capitalismo”[53].
Sin embargo, ya hemos visto que antes de
julio de 1936 la CNT no estaba madurando ningún proceso revolucionario. Por el
contrario, estaba compitiendo con la UGT por una militancia preocupada por
reivindicaciones específicas y aunque nunca cesó en sus llamadas a la
revolución en la prensa, propaganda y mítines, no había ninguna señal de que
ésta pudiera ocurrir tan pronto. En este sentido, el movimiento colectivista
ocurrió de forma espontánea, no había un plan para que ocurriera en ese
momento. El comienzo de la guerra civil provocó una situación que los
anarquistas utilizaron, pero que no habían preparado. El hecho de que los
resultados fueran similares en las diferentes zonas obedece a la doctrina común
que los guiaba.
La organización de las
colectividades
Excepto algunos escritores como Felipe
Alaiz y Federico Urales,[54] los anarquistas que dirigieron la colectivización
pronto se dieron cuenta de la necesidad de un plan económico para regir la vida
de las colectividades. Entre estos anarquistas se encontraban Antonio Rosado e
Higinio Noja Ruiz. Este último, en el folleto mencionado anteriormente,[55]
explica cuál debería ser la organización de las colectividades, que básicamente
está también recogida (con pequeñas variaciones en cuanto a la terminología
utilizada) en las actas de los congresos que creaban las Federaciones
Regionales,[56] y también en la prensa campesina, que dedicaba un espacio en
sus periódicos a enseñar a los campesinos cómo constituir las
colectividades.[57]. Esta organización está basada en los principios
anarquistas de federalismo y en el municipio[58].
En primer lugar, cada pueblo fundaba su
Cooperativa de Producción (que sería la colectividad), integrada por campesinos
pertenecientes a la UGT y CNT o a otra “organización no fascista”. La
colectividad debía crear un Consejo de Administración, también llamado Consejo
de Economía Local, con una representación proporcional de las fuerzas políticas
o sindicalistas que constituían la colectividad (más tarde los representantes
serían elegidos de acuerdo a su capacidad personal). Este Consejo tendría una
sección diferente por cada tipo de actividad o cultivo a que se dedicara la
colectividad, y además organizaría todo lo relativo a la adquisición del
material: maquinaria, fertilizantes, semillas,…y coordinaría la distribución de
la producción. Una vez el balance general fuera hecho por el delegado encargado
de la contabilidad[59], los beneficios iban a la Caja de Compensación, con la
que se organizaba el intercambio con otras colectividades, para lograr un
equilibrio entre todas ellas (a veces los beneficios se repartían entre los
colectivistas y sólo un 10% iba a la Caja, sin embargo, esta opción era
severamente criticada ya que mantenía la noción de “beneficio”, el espíritu del
sistema burgués). Las colectividades y sus consejos se federaban con otras de
acuerdo con su tipo de cultivo, provincia, orientación política o simplemente
por su afinidad, y conformaban las Federaciones Comarcales, que volverían a
federarse para crear la Federación (Confederación) Regional de Colectividades,
con un Consejo Regional de Economía Agrícola que tendría tantos comités como
actividades en la Federación, que también se federaría con otras para dar lugar
finalmente a la Confederación Nacional de Colectividades, con un Consejo
Nacional de Economía Agrícola.
En la base de todo este esquema están el
sindicato y la colectividad. El sindicato sería el órgano político que
aseguraría la realización del objetivo revolucionario, dotando de orientación
ideológica a la economía: “Es una fuerza de orden político que simultáneamente
dirige las ramas de la producción y ordena el régimen político administrativo
que guía a dichas fuerzas. Esto es, el Sindicato es una entidad
político-económica que por sus propios medios establece la economía socialista
y los principios jurídicos que permiten al hombre su independencia política
económica, para el disfrute de la riqueza comúnmente amasada”[60].
Por el contrario, el objetivo de la
colectividad era meramente productivo: “La finalidad de las Colectividades,
pues, consiste en cumplir una misión económica trazada según las conveniencias
y los objetivos político-económicos que se propongan los Sindicatos. Cumplir
esa finalidad significa llevar a cabo una experiencia cuyo alcance cubre la
primera fase de socialización de la riqueza en España.”[61].
Además de ser un instrumento económico del
sindicato, la colectividad, en cuanto que comunidad, tenía una serie de
servicios sociales. Ya he mencionado los cafés y locales sociales; existían
también las cooperativas de consumo o los economatos, donde los precios eran
bajos por la inexistencia de intermediarios[62]. La colectividad proveía a la
cooperativa y garantizaba la cobertura de las necesidades por el intercambio
con otras colectividades. A veces, cuando los campesinos no podían ponerse de
acuerdo en constituir una colectividad, elegían crear una cooperativa[63]. En
consonancia con el interés de los libertarios por la educación, muchas
colectividades tenían como prioridad la creación de una escuela que, como el
resto de los servicios ofrecidos, se costeaba con las contribuciones reguladas,
como todos los aspectos de la colectividad, por los estatutos.[64]
Aparte de las dificultades causadas por la
situación de guerra, los problemas económicos, etc., otro de los obstáculos
para el establecimiento de las colectividades fue la propia actitud de los
campesinos, que no querían renunciar a su tierra o a la posibilidad de
obtenerla. Las confiscaciones de tierras suponían la primera oportunidad de
tener una tierra propia o incrementar la poca que algunos tenían y exigían su
parte porque significaba una garantía de seguridad. Casi cada folleto o
periódico menciona este problema, lo que hace pensar que en verdad tenía mucha
importancia y mostraba la existencia de una ideología en la que el acceso a la
propiedad de la tierra implicaba el ascenso social. Para evitar conflictos con
los campesinos y las otras fuerzas políticas (especialmente con el PCE, que
protegía los intereses de los pequeños propietarios), las federaciones agrarias
permitieron la propiedad privada, pero limitada al tamaño que una sola familia
pudiera cultivar.
Finalmente, otro escollo a salvar por las
colectividades fue la actitud del PCE, que buscó la destrucción del movimiento
colectivista través de su posición en el Ministerio de Agricultura, regido por
un comunista durante toda la guerra. Desde el Decreto Uribe, el PCE tuvo como
objetivo la nacionalización en vez de la colectivización o la
socialización[65], pero también usó otras armas en contra de las
colectividades, como la constitución de una Federación Comunista de Campesinos,
La Campesina, a la que la FETT acusaba en un folleto similar a los de los
anarquistas de agrupar a “los comunistas, la izquierda republicana
(autonomistas y Lerrouxistas), la derecha y pequeños propietarios de mentalidad
estrecha”[66].
Después de todo, se trataba de una
cuestión de poder político. El PCE, débil al comienzo de la guerra, había
crecido en fortaleza y utilizó los derechos de los pequeños propietarios contra
los anarquistas. Estos últimos, más fuertes en un primer momento, tuvieron que
ir cediendo en sus principios para mantener las conquistas obtenidas. En este
sentido, la experiencia de las colectividades fue un intento de instaurar, no
sólo un nuevo sistema económico, sino uno político y social. Ellas eran el
puente que conduciría a la sociedad libertaria. Los ministros anarquistas, la
militarización de las milicias fueron pasos hacia atrás en un empeño por
mantener este primer avance: las colectividades, “La obra constructiva de la
revolución española”.[67]. Con el tiempo, también tendrían que abandonarlas.
NOTAS
[1]Julián Casanova, “Introducción:
Sociedad rural, movimientos campesinos y colectivizaciones: reflexiones para un
debate”, en Julián Casanova (comp.), El sueño igualitario: campesinado y
colectivizaciones en la España republicana 1936-1939, Zaragoza, 1988, p. 13.
[2]Juan Díaz del Moral, Historia
de las agitaciones campesinas andaluzas, Madrid, 1979.
[3] La colectivización agraria,
Madrid, Comisión de Propaganda Confederal y Anarquista, 1937 (Archivo Histórico
Nacional, Sección Guerra Civil, en adelante: AHN-SGC, F-260).
[4] Enrique Llobregat Balaguer,
Aplicaciones de la soja, Valencia, Federación Regional de Campesinos, CNT-AIT,
1937 (AHN-SGC, F-5001), y del mismo autor, Guía de la aplicación de la Potasa,
Valencia, Federación Regional de Campesinos (ed.), 1937 (AHN-SGC, F-5045).
[5] Campo Libre, órgano de la
Federación Regional del Centro siempre dedicaba sus páginas centrales a mostrar
una colectividad castellana.
[6]El Colectivismo en la
Provincia de Madrid: Colectividades de Castilla. Federación Regional de
Campesinos y Alimentación del Centro, CNT-AIT, Madrid, 193? (AHN-SGC, F-230).
[7]Xavier Paniagua, La sociedad
libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español, 1930-1939,
Barcelona, 1982, p. 22.
[8] P.J. Proudhon, El principio
federativo, trad. y pról. de F. Pi y Margall, Madrid, Librería de Alfonso
Durán, 1868 (AHN-SGC, A-841); La propiedad, Barcelona, Publicaciones de la
Escuela Moderna (Biblioteca Popular de los Grandes Pensadores), 1916 (AHN-SGC,
A-2391); y Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la miseria,
trad. de F. Pi y Margall, Madrid, Librería de Alfonso Durán, 1872 (AHN-SGC,
A-3010).
[9] Gerald Brenan, El Laberinto
Español, Barcelona, 1977, p. 181.
[10]Peter Kropotkin, Campos,
fábricas y talleres, trad. de Fermín Salvoechea, Madrid, La España Moderna,
189? (AHN-SGC, B-488).
[11] Eliseo Reclús, A mi hermano
el campesino, trad. de Leopoldo Bonafulla, Barcelona, Sindicato Único de la
Alimentación, 1937 (AHN-SGC, F-2960).
[12]Errico Malatesta, En el café:
Conversaciones sobre el comunismo anárquico, Barcelona, Biblioteca de Tierra y
Libertad, 193? (AHN-SGC, F-1529).
[13] Carlos Cafiero, Anarquía y
Comunismo, Barcelona, Tierra y Libertad, 1936. Cuadernos de Educación Social
(AHN-SGC, F-2961).
[14]Ramón Segarra Vaqué, ¿Qué es
el comunismo libertario? (Diálogo proselitista); pórtico de Isaac Puente,
Santander, Federación Comarcal Montañesa, CNT-AIT, 1937 (AHN-SGC, F-252).
[15] Errico Malatesta, Entre
campesinos, trad. de E. Alvarez, Barcelona, Biblioteca Salud y Fuerza, 1923
(AHN-SGC, F-267). Hay hasta doce ediciones de este folleto en el archivo de
Salamanca, los primeros datan de principios de siglo. Tierra y Libertad, una
editorial anarquista dedicada a la propaganda lo publicó tres veces, en 1931,
1933 y 1936. En él, un viejo campesino discute con uno joven sobre la sociedad
capitalista y el anarquismo. Mientras el viejo habla de la bondad de los
terratenientes y su derecho a pertenecer a una clase superior, el joven le muestra
un mundo en el que todos los hombres serán iguales, trabajando por igual bajo
las mismas condiciones.
[16]Eliseo Reclús, A mi hermano
el campesino, trad. de Leopoldo Bonafulla, Barcelona, Sindicato Único de la
Alimentación, 1937 (AHN-SGC, F-2960).
[17]Felipe Alaiz, La expropiación
invisible, Barcelona, Rojo y Negro, 193? (AHN-SGC, F-778) y también José
Sánchez Rosa, En el campo, el guarda y el obrero: Diálogo, Sevilla, Biblioteca
del Obrero, 1936 (AHN-SGC, F-1602). Esta vez la historia tiene un dramático
final. Después de dos años, el obrero vuelve y se encuentra con el ingenuo
guarda otra vez, sólo que ya no es un guarda: el terrateniente en el que
confiaba le ha despedido después de deshonrar a su hija que huyó y murió en la
pobreza, su mujer también ha muerto de pena y su hijo fue enviado por los
capitalistas a la guerra, donde lo mataron. El obrero le dice entonces que no
está solo: sus hermanos, los campesinos y obreros, están con él para luchar por
la Revolución.
[18]Felipe Alaiz, Por una economía
solidaria entre el campo y la ciudad. Oficinas de Propaganda CNT-FAI, 1937?
(AHN-SGC, F-366).
[19]Xavier Paniagua, La sociedad
libertaria, pp. 66-67 y Frank Mintz, La autogestión en la España
revolucionaria, Madrid, 1977, p. 63
[20]Julián Casanova, De la calle
al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939), Barcelona, 1997, p. 86.
[21]Ibid, p.130
[22] Frank Mintz, La autogestión,
p. 54
[23] Julián Casanova, De la
calle, p. 33
[24] Edward Malefakis, ‘Análisis
de la Reforma Agraria durante la Segunda República’ en Agricultura y Sociedad,
n. 7, abril - junio, 1978, p. 45.
[25]Ibid, pp. 40-46, y Xavier
Paniagua, La sociedad libertaria, p. 70.
[26] Edward Malefakis, Reforma
agraria y revolución campesina en la España del siglo XX, Barcelona, 1971, pp.
432, 433.
[27] ‘Los campesinos y la Reforma
Agraria’ en Solidaridad Obrera, Barcelona, 13 de febrero de 1936.
[28] Pedro Segarra (Anteo), La
República y la Reforma Agraria, Barcelona, Cosmos, 1932 (AHN-SGC, A-2894).
[29] Walter Bernecker,
Colectividades y revolución social. El anarquismo en la guerra civil española,
1936-1939, Barcelona, 1982, p. 108.
[30] Luis Garrido González,
Colectividades agrarias en Andalucía: Jaén (1931-1939), Madrid, 1979, p. 32.
[31] Este no es el caso de Gaston
Leval, cuyas estimaciones son muy bajas.
[32] Éstas son quince provincias
en Andalucía, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Extremadura y Levante,
excluyendo Cataluña y Aragón. En Pascual Carrión, La Reforma Agraria de la
Segunda República y la situación actual de la agricultura española, Valencia,
1973, p. 136.
[33] Walter Bernecker,
Colectividades, p. 108.
[34] Julián Casanova, Anarquismo
y revolución en la sociedad rural aragonesa 1936-1938, Madrid, 1985, p. 118.
[35] Luis Garrido González,
Colectividades agrarias, pp. 83-84. A pesar del incremento de las presiones por
parte del PCE, las colectividades se mantienen en Jaén hasta el final de la
guerra, aunque en otras zonas como Aragón desaparecen bruscamente a partir de
la disolución del Consejo en agosto de 1937 (Julián Casanova, Anarquismo y
revolución, pp. 271 y ss.).
[36] Memoria que presenta el
primer Consejo Directivo de la Comisión Unificada UGT-CNT ‘Plagas del Campo’,
Valencia, 1937 (AHN-SGC, F-1776).
[38] Acta del pleno de Locales,
Comarcales, Provinciales y Federaciones de Campesinos y Alimentación: Celebrado
en Madrid el 25 de octubre de 1937. Federación Regional de Campesinos y
Alimentación del Centro. CNT-AIT, 1937 (AHN-SGC, F-2192).
[39] Memoria (del) Congreso
Regional de Campesinos de Levante: Septiembre de 1936. CNT-FAI, Valencia,
comité Regional de Levante, 1937 (AHN-SGC, F-1777).
[39] Acta del pleno de Locales,
(AHN-SGC, F-2192) y también en Memoria del Congreso Extraordinario de la
Confederación Regional del Trabajo de Cataluña: Celebrado en Barcelona los días
25 de febrero al 15 de marzo de 1937, Confederación Regional del Trabajo de
Cataluña, Barcelona, 1937, (AHN-SGC, A-2501).
[40] El colectivismo en la
Provincia de Madrid (AHN-SGC, F-230) y en De Julio a Julio: un año de lucha,
Barcelona, Prensa y Propaganda del C.N. de CNT, 1937 (AHN-SGC, A-2567).
[41] Incluso es posible que
algunas colectividades (y también los propietarios individualistas) falsearan
los datos relativos a su producción para no correr el riesgo de que les
confiscasen los excedentes para abastecer al frente y quedarse así sin reservas
para sembrar (Luis Garrido González, Colectividades agrarias, p. 140)
[42] Acta del pleno de Locales
(AHN-SGC, F-2192). Incluye información, pero es más bien una lista de gastos
que de productividad.
[43] La administración en el
campo: normas para la organización administrativa, basadas en la aplicación de
un sistema único de contabilidad que deberá llevarse en las Cooperativas
Confederales de Trabajadores Campesinos, Federación Regional de Campesinos de
Levante CNT-AIT, Valencia, 1937 (AHN-SGC, F-2493).
[44] Timón, n. 4, octubre 1938.
Así lo explica un antiguo propietario de Guadalajara que aceptó el control de
la CNT sobre sus tierras y que incluso se afilió al sindicato.
[45] Félix García,
Colectivizaciones campesinas y obreras en la revolución española, Madrid, 1977.
[46] Higinio Noja Ruiz, Labor
constructiva en el campo, Valencia, Libre Studio (AHN-SGC, F-274).
[47] Julián Casanova, Anarquismo
y revolución, p. 119.
[48] Higinio Noja Ruiz, Labor
constructiva (AHN-SGC, F-274).
[49] El colectivismo en la
Provincia de Madrid (AHN-SGC, F-230).
[50] Estatutos de la Colectividad
Cooperativa Confederal de Trabajadores Campesinos de Castellón, CNT,
Colectividad Cooperativa Confederal de Trabajadores Campesinos de Castellón
(Comisión Organizadora), Valencia, 1937 (F-1580).
[51] Agustin Souchy, Entre los
campesinos de Aragón: el comunismo libertario en las comarcas liberadas. Pról.
de E. López Alarcón, Valencia, Propaganda y prensa del C.N. CNT, 193? (AHN-SGC,
F-259).
[52] Este era el caso de Antonio
Rosado, un activo campesino anarcosindicalista andaluz, quien, como Secretario
de la Federación Regional de Campesinos de Andalucía estaba directamente
relacionado con la organización, desarrollo y control de las colectividades del
sur. Sus memorias (Tierra y Libertad, memorias de un campesino
anarcosindicalista andaluz, Barcelona, 1979) son muy interesantes para
entender, no sólo los problemas a los que se enfrentaban las colectividades,
sino también el carácter de muchos narquistas.
[53] En Julián Casanova,
Anarquismo y revolución, p. 121.
[54] Federico Urales, teórico del
comunismo libertario, se basaba en las ideas de Kropotkin y defendía la vuelta
a la vida rural en la que la base de la sociedad era el pueblo o municipio.
Tenía una fe absoluta en el mundo feliz que vendría después de la revolución,
cuando todo funcionaría en total libertad sin necesidad de ningún plan
económico.
[55] Higinio Noja Ruiz, Labor
constructiva , (AHN-SGC, F-274).
[56] Memoria del Congreso de
onstitución de la Federación Regional de Campesinos de Andalucía: celebrada en
Baza (Granada) en los días 15 y 16 de Julio de 1937, Federación Regional de
Campesinos de Andalucía. Y también la Memoria (del) Congreso Regional de
Campesinos de Levante (AHN-SGC, F-1777).
[57] Campo Libre, 30 de julio de
1937.
[58] La administración en el
campo (AHN-SGC, F-2493).
[59] Antonio Rosado (Tierra y
Libertad) explica lo difícil que era encontrar a alguien que pudiera tener las
cuentas de la Federación en orden.
[60] Juan López, El sindicato y
la colectividad, Valencia, Comité Regional de la CNT, 1938 (AHN-SGC, F-1066/2)
[61] Ibid.
[62] Higinio Noja Ruiz, Labor
constructiva (AHN-SGC, F-274).
[63] El colectivismo en la
Provincia de Madrid (AHN-SGC, F-230).
[64] La igualdad de todos los
hombres no alcanzaba, sin embargo, a las mujeres: cuando los estatutos
establecían los salarios, las mujeres, en iguales circunstancias que los
hombres, solamente percibían la mitad del salario de éstos, algunas veces algo
más de la mitad.
[65] Juan de Iniesta, Escucha
campesino, comité Regional del Centro CNT, Madrid, 1937 (AHN-SGC, F-257).
[66] Pedro García García,
Informes sobre orientación colectivista, Valencia, Oficina de cooperativas de
Valencia, FETT, 1938 (AHN-SGC, A-2576).
[67] Agustin Souchy y Paul
Folgare, Colectivizaciones: La obra constructiva de la revolución española:
ensayos, documentos, reportajes, Barcelona, Tierra y Libertad, 1937 (AHN-SGC,
A-2913).
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