Llegada de una columna confederal en un pueblo de Aragon foto copiada archivo CNT |
19380202 |
Miguel CHUECA
Zaragoza. Sobre las cuatro de la madrugada,
fuerzas militares rompen el silencio de la capital. En la ciudad flotaba un
ambiente general de inquietud y zozobra. ¿Qué pasa?, se preguntaban los
transeúntes, poniendo en su pregunta un deje de extrañeza… «Es que Cabanellas
ha sacado la tropa para defender la República, amenazada por los fascistas»…
Radio Aragón repetía con machacona insistencia: «No vamos contra la República;
iViva España! ¡Viva la República!…
Huelga
General Revolucionaria
La resistencia pasiva que demostrábamos había que convertirla en
resistencia activa. Y surgió cual reguero de pólvora una octavilla firmada por
la CNT y la UGT en la que
se ordenaba la huelga general
revolucionaria. Cafés, espectáculos, tráfico, todo quedó
paralizado. La tragedia no tardó en producirse. Grupos de jóvenes libertarios y
militantes de la CNT acudieron a la calle Boggiero, San Pablo y las Armas para
dar cumplida respuesta. Aunque ya era anochecido, la concentración fue
descubierta y con ánimo de sofocarla acudieron allí guardias y falangistas. En
la lucha cayeron algunos guardias y con sus propias armas se entabló un
verdadero combate. Los nuestros continuaron resistiendo mientras quedó un
cartucho en su poder. Únicamente cuando la munición se acabó, los cuadros
confederales abandonaron la lucha. Luego de ocurrir estos sucesos, todo el
mundo pensaba en lo que pudiera haber ocurrido en el resto de España, ya que
únicamente nos quedaba a los obreros de Zaragoza la esperanza de poder ser
liberados por nuestros hermanos de Cataluña, Levante o Madrid, lugares donde el
fascismo había sido derrotado, según noticias que con gran riesgo, escuchábamos
por la radio.
Cómo se preparó la traición
Más que en la fuerza bruta, los militares confiaron en la
habilidad de un plan tramado arteramente en la sombra y cuya ejecución
habíasele encargado al traidor Miguel
Cabanellas. Este sujeto venía maquinando el golpe desde el 17
de febrero, día en que se declaró el Estado de guerra con el burdo pretexto de
exterminar, según confesión propia, cualquier intentona fascista. En aquella
ocasión los trabajadores zaragozanos, alentados por nuestra organización,
plantearon un paro magnífico, que tuvo la virtud de hacer retroceder a Cabanellas.
Solidaridad Obrera 18 febrero 1936 |
El Estado de guerra fue levantado fulminantemente ante nuestra
conminación, pero los soldados quedaron custodiando los conventos y varios
lugares estratégicos de la capital. Por otro lado, el gobernador civil se
dejaba querer por los banqueros. La fuerza pública y, más propiamente dicho, el
comisario de policía, estaba entregado de lleno a Baselga y
compañía, conocidos jesuitas y directores de la banca zaragozana. Esa
circunstancia, ese criminal compadrazgo, hizo posible que en la madrugada del
19 de julio, se lanzaran los policías y guardias a cachear, desarmar y detener
a todo el que transitaba por la calle, excepto a los señoritos de Falange.
Cuando los trabajadores, obedeciendo a una indicación de
nuestros comités, nos retiramos a las barriadas obreras, en espera de recibir
las armas prometidas, ningún militar había hecho todavía irrupción en las
calles. No tardó en saberse que las armas que el gobernador no quiso entregar
habían caído en poder del fascismo. Y fue entonces cuando el enemigo observó
nuestra impotencia, cuando los militares se decidieron a tomar por asalto la
capital. De una manera parecida sucumbieron Huesca y Teruel.
Nosotros fuimos…
Hemos de reconocer que fuimos muy ingenuos. Perdimos demasiado
tiempo celebrando entrevistas con el gobernador civil. No se nos ocurrió pensar
que Vera Coronel, antes
que gobernante republicano era fabricante de zapatos y que entre armarnos a los
hombres de la CNT y dejar paso al fascismo, lógicamente había de optar por lo
último.
¿Pudimos haber hecho más de lo que hicimos? Es posible. Fiamos
excesivamente en las promesas del gobernador. No quisimos prever que frente a
una acción violenta como la que podía desencadenar el fascismo, hacía falta
algo más contundente que 30.000 obreros organizados en los sindicatos
cenetistas.
Publicado en Polémica, n.º 22-25, julio 1986
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